Hoy es Eid al-Adha y me encuentro en la humilde morada de Mhamed. Allí, me presenta a su esposa, quien está velada con un niquab que solo deja al descubierto sus ojos azules cristalinos.
Mhamed es padre de tres hijos y sigue con devoción las enseñanzas del islam más conservador, que enseña y transmite a sus hijos. Nos sentamos a la mesa y escucho tres golpes secos en la pared. Seguidamente, su esposa nos pasa la comida por debajo de la puerta.
Mhamed desempeña un papel importante como mano derecha del imán de la mezquita de Alfurkan, donde con frecuencia realiza "shahadas" (conversiones al islam). Este acto implica pronunciar sinceramente y en voz alta, ante dos testigos, el amor y la fidelidad a Allāh.
Su mirada es penetrante, con un temple sereno pero cortante. "Eres de corazón musulmán, Marc. No hay más dios que dios, Marc", dice en un tono solemne. Un silencio estremecedor sigue a sus palabras, que resuenan en mi cabeza como un eco constante.
Días después de publicar el reportaje de investigación sobre la mezquita de Alfurkan, aún recuerdo sus palabras con nostalgia.
Durante dos años, me adentré en la fe musulmana y experimenté profundamente su forma de vida.